MI CENTRO DE LA DIANA Y “RUNAWAY BABY”.
La alarma volvía a sonar y una vez más, a ciegas y
sin poder abrir los ojos, conseguí apagarla, o al menos silenciarla durante los
diez próximos minutos, tal y como lo tenía preparado para holgazanear un ratito
más en la cama.
La cabeza me iba a estallar. Un dolor punzante me
había estado acompañando gran parte de la madrugada pero, aun así, el día
prometía ser de los mejores de aquella semana. Como siempre empecé mi mañana
con Bruno Mars y su ritmo alegre para
empezar las mañanas. Ducha, café y desayuno, unos cuantos mimos a los bichos y
camino al trabajo, momento oportuno para ponerse al día con los mensajes sin
leer o ignorados de la tarde anterior. Todas las conversaciones sin ninguna
importancia, charlas cotidianas y pasajeras, todas salvo la que aún quedaba sin
abrir. Ese dichoso chat que todavía no quería asimilar que lo tenía delante,
más por la tarde anterior y los hechos que me llevaron a tomar la decisión de
no volver a “pinchar” en aquel nombre.
Cinco minutos con aquella persona hacía que la poca
cordura que tengo se desvanezca por completo volviéndome cien por cien puro
instinto incontrolable, mas estando a pocos centímetros de su cuerpo, con su
olor impregnando mi olfato, su cuerpo distrayendo mis ojos de cualquier otra
cosa de alrededor, mi centro de la diana.
Antecedentes del día anterior…
Había sido una tarde de
cervezas frías a pesar de las bajas temperaturas que el termómetro marcaba. Un tono
inesperado me sacó de la conversación que teníamos las personas de la mesa. Un “Ya
estoy” que hizo que me despidiera y me marchará del lugar. A solo diez minutos
estaba mi perdición, mi loco terremoto emocional, pero a pesar de ello, allí
estaba yo frente a ella. La conversación fue de lo más normal pero, conforme se
acercaba la hora de marcharme, el efecto del alcohol y el calor de la habitación
me hicieron perder los papeles. Me acompañaba a la puerta cuando mi cuerpo se
giró hacia el suyo, dejándola encerrada entre la puerta y yo.
–
No debes hacerlo. – me dijo antes
de ser interrumpida.
No podía resistirme a
besar su boca de nuevo, a sentir su lengua junto a la mía. Paró, perpleja por
lo que acaba de pasar. Los dos rostros se quedaron a pocos centímetros del
otro, sintiendo su aliento en mi cara volví a intentarlo, pero su cuerpo empujó
al mío para poder librarse acto que me enloqueció más aun. Volví hacia ella,
apresándola de ambas manos para evitar un nuevo empujón, con la otra mano
conseguí sujetarla del cuello para impedir que volviera la cara, una de sus
piernas estaba sujeta por las mías para evitar cualquier tipo de patada. Ahora
si podía decir que era mía. Un poco más de acercamiento y presión. Un nuevo
intento que no pudo esquivar y una respuesta que si se parecí a la que yo
buscaba. Aflojé la mano del cuello, haciendo más presión en la que sujetaba las
manos, pues no quería que escapará y visto que no parecía tener esa intención,
los besos y mordiscos fueron a más, esta vez a la zona de la garganta que antes
estaba inmovilizada. La pierna le rozaba en la zona más personal que pudiera
haber y que en breves dejaría de serlo. Al forzar la pierna contra su cuerpo un
gemido escapó de su boca, libre para decir cualquier cosa, como la orden de
parar y la cual ignoré. Otro gemido, esta vez más agudo. Un gemido que terminó
de desconectarme del mundo consciente y actuar de forma autómata. Deslicé mi
mano por toda la delantera de su cuerpo, palpando sin detenimiento alguno sus
pechos, sus caderas, su espalda… hasta llegar al borde del pantalón, la única parada
que hice antes de volver a mirar sus ojos inyectados en deseo de continuar
hasta el final y a la vez el deseo de no seguir con aquellas intenciones. Una vez
más rechacé cualquier negativa de frenar el momento. No podía ni aunque mandara
mil órdenes a mi cerebro para que obedeciera. Negué y continué deslizando la
mano por el interior de su ropa. Sentí un espasmo de su cuerpo cuando mis dedos
llegaron a su destino, sus manos intentando zafarse de la mía, su cabeza echada
hacia atrás, su voz gimiendo sin poder articular palabra alguna. Unos minutos
hasta que volvimos a coincidir las miradas y un último empujón de mis dedos
hacia su interior hicieron que los gemidos se volvieran gritos mudos provocados
por el orgasmo que andaba buscando y que había conseguido para mí. Solo retiré
la mano del pantalón cuando por fin noté que aquel orgasmo no había sido
fingido. En ningún momento nuestros ojos se apartaron de los otros. Cuando sentí
que su cuerpo se relajaba fue cuando solté la mano que sujetaba sus antebrazos.
Tuve que reaccionar deprisa para evitar que se cayera. La acompañé hasta la
silla más próxima, viendo como metía la cabeza entre las piernas para que la
sangre le volviera a ella. Dejé un vaso de agua junto ella antes de
arrodillarme a su altura y sentir como echaba la cabeza hacia atrás y volvía su
rostro hacia el mío, casi sin tiempo para poder disfrutar de ella un poco más. Dejé
que los labios volvieran a encontrarse un par de veces más, al menos hasta que
la alarma de aviso me advertía que era hora de volver al mundo real.
El resto del día fue
con normalidad, ignorando sus mensajes por no volver a pecar en ese estado de
instinto animal.
Volviendo al presente…
La mañana había transcurrido sin problema alguno,
sin tentación alguna de acudir al móvil para saber de ella, pero estas se iban
esfumando conforme se acercaba la hora de salir. Cumplí con su pedido de drogas
que la tarde anterior me había pedido, por lo que tuve que acceder al chat para
concretar la hora para vernos. No tardó en responder. Aún seguía en el hotel y
tenía que terminar de recoger para volverse a su ciudad. Aquella tarde mi
cabeza estaba normal, nada de alcohol o drogas que me hicieran perder la cabeza
como la tarde anterior. Cedí a volver a aquella habitación.
Al llegar a la recepción, la chica que había tras el
mostrador me dio la llave de la habitación 103, con el mensaje de dársela a la
persona que preguntara por ella pues la huésped había perdido la primera llave
que suelen dar. Siguiendo sus indicaciones, a pesar de ya saberme el recorrido
hasta la habitación, llegué hasta la puerta de la 103. Golpeé tres veces antes
de entrar. Sin respuesta, solo la música sonando a un volumen bastante alto
para tratarse de una habitación de hotel. Abrí la puerta a la vez que “Runaway baby” de Bruno Mars llegaba a la
parte del estribillo. Cuando cerré la puerta vi que la cama estaba con la ropa
colocada, preparada para ser usada en breves. Escuché que el grifo de la ducha
se encendía a los pocos segundos de haber entrado y que un cuerpo desnudo
caminaba hacia el baño desde la silla donde la tarde anterior le servía de
apoyo para no caer mareada. Quedé en blanco, sin saber cómo reaccionar ante
aquella tentativa o más bien acto provocativo. Escuché como cerraba la puerta y
ponía el pestillo para impedirme pasar. Me senté en la cama con su cuerpo
desnudo dando vueltas en la cabeza. Cogí de mi bolsillo la droga que traía para
ella y comencé a prepararla y a empezar con ella. Poco después salió envuelta
en la típica toalla blanca y suave. Se acercó hacia mi, únicamente para
quitarme lo que estaba fumando y quedárselo para ella, terminó de vestirse
mientras yo le daba la espalda para no volver a perder la cabeza. Se sentó a mi
lado. El siguiente lo fumamos entre las dos, escuchando la misma canción una y
otra vez. Así estuvimos cerca de una hora, sin apenas decir nada, escuchando
música y fumando casi sin parar. Acto seguido a la última calada me agarró la cara
con ambas manos y la mayor suavidad que pudiera existir. Acercó sus labios a
los míos y expulsó el humo que encerraba. Inconscientemente, cerré los ojos e
inhalé el mismo humo que me daba a compartir. Nos volvimos a besar, esta vez de
forma más tranquila. Se sentó sobre mí, impidiendo que me moviera y pensamiento
que no dejaba aparecer por mi mente. Sus labios no tenían intención de parar. Siguieron
desde la boca al cuello. Sus manos hacían presión sobre mis hombros para
hacerme tumbar en la cama. La perdí de vista, solo observaba el techo de la habitación,
inmóvil por el peso de ella sobre mis piernas. Noté como mi pantalón se aflojaba
y su mano seguía el mismo recorrido que la mía la tarde anterior. No me moví. No
quería asustarla y que diera por terminada la visita. Sin terminar de caer del
todo, la ropa descendió hasta donde ella estimó oportuno. Sus manos estaban
entretenidas, pero el tacto de su lengua me hizo casi alcanzar el éxtasis en el
mismo momento. Se entretuvo en hacerme disfrutar lo justo hasta dejarme con el
orgasmo asomando y listo para salir de mi cuerpo. Paró, sabiendo que no me
gustaría aquello. Volvió a ascender hasta coincidir cara a cara. Sin esperarlo,
noté como uno de sus dedos entraba dentro de mí y simultáneamente, las dos,
terminábamos de gozar de aquel momento.
Después de aquellos dos momentos, la despedida fue
asquerosa. Ninguna queríamos acabar de aquella forma, pero la vuelta al trabajo
y el viaje de vuelta eran cosas que no podíamos cancelar.